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El mundo del café tomado en serio

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Llevamos años volviéndonos, si no expertos, al menos conocedores en materia de vino, cerveza artesanal, hamburguesas y tantas otras cosas que coparon conversaciones y espacios de la ciudad. Es verdad que a veces terminamos dando cátedra antes de tiempo, y la humildad escasea (ahí hay algo cultural, tal vez), pero de todos modos hay que celebrar que nos preocupamos un poco más por las cosas que nos metemos en el organismo.

Con el café todavía no estamos en esa, pero el camino es parecido. A diferencia del vino, la cerveza y las hamburguesas, salvo en algunos casos, el café es para muchos de nosotros un hábito tan básico como dormir, almorzar, bañarse o cepillarse los dientes. Nuestro día no arranca sin café, las comidas y las reuniones tampoco terminan sin él, y acá aparece la paradoja: podemos tomar casi cualquier café que nos traigan si estamos afuera de casa, pero podemos largarnos a llorar si alguien compró la marca equivocada para el desayuno.

El café nos importa, y a la vez no nos importa tanto. Queremos que sea rico, pero si es medio tristón lo tomamos igual, porque lo que necesitamos, después de todo, es la cafeína, el gusto más o menos presente del grano tostado; los fundamentalismos pasan más bien por el azucar, el edulcorante, la leche, la crema y otros agregados. Nos hermana en el mejor de los casos el rechazo hacia los licuados llenos de caramelo, chocolates y azúcar en versión caliente y frozen, pero no mucho más. O al menos eso creemos, y estamos tristemente equivocados. Un mal café es una pequeña decepción cotidiana que no registramos, una nota amarga que no tendría por qué existir.

El mundo del café de especialidad puede ser intimidante, porque es un mundo enorme, lleno de recovecos y, admitámoslo, explotado de puristas que intentan humillarnos si no distinguimos entre un arábica y un robusta. No hay que tener miedo: descubrir el café que va con nuestra personalidad es un proceso que se atraviesa con entrega y pidiendo recomendaciones y consejos sin vergüenza. Y, eso sí, abandonando para siempre el torrado.

Manténganse con nosotros mientras desenredamos la maraña que es el universo cafetero. Nos vemos en la próxima.